Relevar la importancia ecológica de los ecosistemas locales, es una necesidad urgente frente a la acelerada pérdida de biodiversidad, en el contexto de escasez hídrica que vive la zona central de Chile.
El 55% de la población mundial vive hoy en centros urbanos (Department of Economics and Social Affair, 2019), lo que ha generado una reducción significativa de ecosistemas naturales y el desplazamiento de especies vegetales y animales (Tilman y Lehman, 2001). El impacto de la actividad humana sobre la tierra ha significado la extinción de un entre un 5% a un 20% de las especies del planeta (Chapin III, 2000), afectando directamente a los 36 hotspot del mundo. Estas zonas de importancia ecológica mundial, las cuales concentran un alto grado de endemismo y que han perdido al menos el 70% de la extensión de su territorio original, se distribuyen a lo largo del planeta cubriendo el 15% del total de la superficie terrestre, concentrando un alto grado de biodiversidad de especies y que en el caso de las plantas representan un 50% de la flora mundial (Mittermeier et al, 2004). Los 5 hotspot de clima mediterráneo, entre los que se encuentra la zona central de Chile1, albergan cerca del 20% de la flora mundial (Cowling, 1996).
[1] El hotspot chileno, llamado “Chilean Rainfall-Valdivian Forests”, se extiende entre los 25° y 47°S, desde la costa del Pacífico hacia las cumbres andinas y abarca los siguientes ecosistemas: bosques lluviosos tipo Norpatagónicos y Valdivianos, bosques deciduos, bosques esclerófilos y matorrales de clima mediterráneo, zonas desérticas de lluvias de invierno y flora alto andina. Albergando una cantidad de 3.893 especies vasculares nativas, 50.3% de ellas endémicas del hotspot (Arroyo et al. 2006). El ecosistema de tipo mediterráneo de la zona central de Chile, cubre una superficie que se extiende entre los 30 y 36°S, configurándose como una transición entre la zona sur del desierto de Atacama y los bosques templados deciduos del sur de Chile (Armesto, et al. 2007). Esta zona se encuentra gravemente amenazada y con grandes problemas de conservación y solo el 3.02% de la superficie total de los ecosistemas mediterráneos se encuentra dentro de un área protegida (Marquet et al. 2004).
El Jardín Biodiverso es un programa de vinculación con el medio desarrollado por la Escuela de Arquitectura y Paisaje de la Universidad Central de Chile, que busca dar respuesta a la acelerada pérdida de biodiversidad en un contexto de creciente urbanización. Ubicado en un sitio eriazo frente al parque Almagro, a pasos del centro cívico de la ciudad de Santiago, este modelo de jardín busca conformar un espacio para la experimentación y el aprendizaje al aire libre, así como para la sensibilización comunitaria entorno al reconocimiento, valoración y conservación de la biodiversidad en zonas urbanas. El objetivo del proyecto se ha centrado en proponer aportes metodológicos para conformar modelos de asociaciones vegetales nativas de valor paisajístico exportables al espacio urbano, que aumenten la biodiversidad y aporten a la construcción de un paisaje con identidad local (Fernández et al, 2020).
Evocaciones al paisaje vegetal de Chile Central
El crecimiento de las ciudades en la zona central del país ha traído consigo un aumento en la presencia de especies exóticas, afectando directamente la biodiversidad local (Santilli, L. 2018). Uno de los factores de incidencia es la utilización de especies introducidas en el diseño de espacios públicos y privados producto de sus atributos estéticos y culturales (Gobster et al., 2007; Muratet et al., 2015). Esto ha significado que en el área urbana de Santiago el porcentaje de especies introducidas asciende a un 85.1% (Figueroa et al, 2016), relación que se mantiene similar en el caso específico de parques urbanos (Figueroa et al, 2018).
En este contexto el diseño paisajístico juega un rol fundamental en la conformación de ciudades sustentables y biodiversas, así como en la creación de una cultura ambiental. Considerando que la vegetación natural de un lugar está adaptada a las condiciones climáticas en donde se desarrolla, tanto en su fisonomía y composición (patrones) como en su dinámica estacional (procesos), un paisaje vegetal urbano con un alto componente de especies nativas, podría evidenciar y recordar constantemente cuáles son las características ambientales del territorio al que pertenece una ciudad.
Con este propósito, la selección de especies vegetales nativas es un primer componente para aludir a estas fisonomías, composiciones y dinámicas. En este sentido, diseñar un paisaje vegetal bajo la noción de evocación se entiende como el reconocimiento y la selección de ciertas características y especies de la vegetación natural que puedan mostrar patrones y/o procesos naturales propios de un lugar.
Reconocer estas características y plasmarlas en el diseño paisajístico permitiría a los ciudadanos conocer, entender, disfrutar e identificarse con el ambiente en el que viven. La posibilidad de observar en la ciudad, tanto patrones de la naturaleza como procesos naturales, potenciaría la generación de una cultura y conciencia ambiental, especialmente de la realidad climática. Por ende, el diseño paisajístico y los paisajes que se perciben constantemente en la ciudad tienen un rol formativo en lo ambiental; y como plantea Maderuelo (2008), un rol tanto en la sensibilidad pública como en la capacidad que tiene todo jardín, de ser portador de significados.
De esta manera, el jardín y el paisaje expresa e invita a una forma de relación con la naturaleza. Como señala Rozzi (2008) el hábitat (dónde vivimos), los hábitos (cómo vivimos) y los habitantes (quiénes somos) están estrechamente relacionados con una ética ambiental; por lo que la ciudad como hábitat es potencial para generar ciertos hábitos y configurar la identidad de los habitantes, a la vez que éstos configuran la identidad de sus hábitats. Un factor crucial para favorecer la apreciación positiva de los procesos y patrones naturales es la educación ambiental, especialmente en ambientes urbanos, donde hay un mayor distanciamiento con la naturaleza y, por lo tanto, poca familiaridad con sus cualidades estéticas.
Es importante señalar, que la noción de paisaje no es sólo el lugar físico, sino que una construcción cultural: un conjunto de ideas, sensaciones y sentimientos que elaboramos a partir de un lugar y sus elementos constituyentes; es lo que se ve, pero a su vez, la mirada requiere un adiestramiento para contemplarlo (Maderuelo, 2008). Es por esto que la posibilidad de evocar se encuentra tanto en el diseño de cierto espacio, como en la experiencia de la persona, y por lo tanto, este “adiestramiento” o cultura de paisaje, se vuelve importante para que aquello ocurra ante diversos escenarios y no solamente los que se han impuesto bajo patrones estético-culturales preestablecidos o estereotipados, que se han mantenido desde el siglo XIX hasta ahora, como por ejemplo el “verde” continuo del césped y árboles agrupados tipo parque, entre otros; y que corresponden a otras realidades bioclimáticas.
En la actualidad, varias tendencias plantean un diseño paisajístico ecológico (Clement 2019; Dunnet 2019; Clement 2008; Oudolf 2013) que acepta que lo vivo no permanece en las formas fijas, convirtiendo al jardín en un espacio dinámico que proporciona condiciones para que los seres vivos puedan desarrollarse; es decir, un jardín que promueve la conservación urgente de la biodiversidad.
En sintonía con esta tendencia, varias hipótesis y estudios científicos han planteado y demostrado los beneficios del contacto con la naturaleza para el ser humano, especialmente para la salud física y mental, entre los que se han desarrollado prácticas y conceptualizaciones como la biofilia, los baños de bosque, las escuelas de bosque, o lo que se ha denominado como el “trastorno de déficit de naturaleza”, que han hecho sentido a los habitantes de las ciudades (Fuller RA 2007; Maller C et al 2008; Beatley 2010; Wood C et al 2015; Collado S et al 2016).
En este sentido, la propuesta de asociaciones vegetales con valor paisajístico busca evocar, desde el diseño, principalmente los patrones de la vegetación en relación a la fisonomía y composición florística de distintos ambientes de la zona Central de Chile, dando énfasis a los que presentan mayor escasez hídrica y a la variedad de formas de crecimiento, que puedan representar la diversidad de estos paisajes característicos de la zona Central, integrando criterios estéticos y compositivos.
Así mismo, busca evocar principalmente la dinámica y los procesos estacionales del paisaje vegetal de la zona central. Se han considerado, además, ciertos elementos de la vegetación más pequeños, como arbustos, subarbustos y hierbas, permitiendo mayores posibilidades para adaptar los diseños a los diversos espacios de la ciudad (balcones, jardines, plazas, parques, espacios residuales, platabandas, otros).
Zona biogeográfica
La zona biogeográfica definida para la selección de especies nativas y las propuestas vegetales, corresponde a la Ecorregión de los ecosistemas de carácter templado mesomórfico, que constituye una gran zona de ecotono entre los caracteres xeromórficos del norte y los higromórficos de Chile austral Sudamericano, aproximadamente entre los 31 a 32° LS (cuenca del río Choapa) hasta los 37° S (cuenca del río Bio Bio (Quintanilla, 1983). La Ecorregión se encuentra dentro de la zona bioclimática de tipo mediterráneo, caracterizada por precipitaciones concentradas en el período frío del año -invierno- y con sequía durante la estación más cálida -verano- (Di Castri & Hajek 1976).
Esta zona biogeográfica es coincidente en su mayoría con la Región del matorral y del bosque esclerófilo definida por Gajardo (1994), que se extiende a través de la zona central de Chile2, y que corresponde a la parte del territorio con la mayor densidad de población, por lo que existe un alto grado de alteración de las comunidades vegetales. Siendo una zona de alta diversidad de vegetación, las formas de crecimiento también son variadas. Predominan los arbustos altos siempreverdes de hojas esclerófilas (esclero: duro; fila; hoja), pero también se encuentran arbustos bajos xerófitos, arbustos espinosos y deciduos de verano, suculentas y árboles esclerófilos y laurifolios de gran altura. Según la clasificación de Luebert y Pliscoff (2017), el bioclima mediterráneo corresponde a las formaciones vegetales del Matorral espinoso, Bosque espinoso, Matorral esclerófilo y Bosque esclerófilo.
[2] La Región del Matorral y Bosque Esclerófilo de Gajardo (1994), se corresponde con la Provincia Chilena Central definida por Cabrera y Willink (1973) en la biogeografía de América Latina, y comienza en los 30° LS por el norte.
En este tipo bioclimático, las estrategias adaptativas de las plantas, en su mayoría están en función de resistir el periodo desfavorable de sequía estival. Así mismo, las formas de crecimiento o hábitos de las plantas (árboles, arbustos, suculentas, hierbas perennes, hierbas anuales y trepadoras), también responden a esta condicionante climática. De esta manera, el paisaje vegetal de la zona central responde a patrones de ordenación dados por las características ambientales de un lugar que establecen una matriz de elementos ecológicos que es únicamente compatible con las exigencias de un cierto número de especies (Gajardo 1994). Esto determina ciertas características de la vegetación, entre ellas, la composición florística (conjunto de especies de una comunidad); la abundancia (cuánto hay de cada especie en términos de cobertura y/o densidad); la fisonomía (resultado de la combinación de formas de crecimiento dominantes y de su estructura horizontal y vertical, como por ejemplo, el Matorral abierto bajo); y su distribución (cómo se organizan en el espacio las diferentes comunidades o asociaciones vegetales).
Ya que gran parte del follaje de los árboles y arbustos es persistente, el cambio y dinámica estacional de la vegetación, en función de la disponibilidad de agua, es especialmente perceptible en los ciclos vida de las hierbas anuales y perennes vivaces (Reyes, 2018), las que entran en receso vegetativo en verano y reaparecen, por medio de la germinación y rebrote respectivamente, en la estación húmeda de invierno. Luego, desde finales de invierno y primavera, florecen en una alternancia fenológica propia de cada especie.
En la zona central de Chile, los tipos de vegetación donde abundan las hierbas pueden apreciarse especialmente en el ambiente descrito como “espinal” o “sabana de espinos” dominado en la estrata arbórea por Acacia caven, y en donde crecen una mezcla de hierbas nativas e introducidas (Teillier 2003). En la región mediterránea semiárida (Provincia de Santiago y Valparaíso aproximadamente), esta vegetación es dominante sobre todo en el valle longitudinal (Di Castri 1976). Así también, una estrata herbácea diversa, en la que destacan las geófitas, se encuentra en el piso de vegetación del Bosque esclerófilo mediterráneo andino de Quillaja saponaria – Lithraea caustica definido por Luebert & Pliscoff (2017). Los mismos autores señalan que perturbaciones severas podrían producir la transformación de este tipo de vegetación en un espinal dominado por Acacia caven o incluso en una pradera anual. No obstante, existen pisos de vegetación correspondientes al espinal en que no están las condiciones hídricas para la presencia de bosques esclerófilos, por lo que no necesariamente correspondería a una degradación de estos (Luebert & Pliscoff 2017).
Los sistemas de clasificación de la vegetación para Chile central que se han tomado como referencia son los de Gajardo (1994) y Luebert & Pliscoff (2017). La clasificación de Gajardo (1994) propone las categorías de Región, Subregión, Formación, y Comunidades tipo o asociaciones. Las formaciones vegetales las define como “una agrupación de comunidades vegetales, delimitable en la Naturaleza por caracteres fisionómicos particulares, dependientes de las formas de vida dominantes y del modo en que se efectúa la ocupación del espacio; mientras que las comunidades tipo o asociaciones, se definen como “una comunidad vegetal característica y particular, diferenciable por la presencia habitual de una especie o de un grupo de especies dominantes” (Gajardo 1994). En esta última categoría, también se señalan especies acompañantes, especies comunes y especies ocasionales. En tanto, la clasificación de Luebert & Pliscoff (2017) define pisos de vegetación, como un “espacio caracterizado por un conjunto de comunidades vegetales zonales con estructura y fisonomía uniformes, situadas bajo condiciones mesoclimáticamente homogéneas, que ocupan una posición determinada a lo largo de un gradiente de elevación, a una escala espacio-temporal específica”. Para cada uno de estos pisos se describen sus características fisonómicas y especies dominantes; las comunidades o asociaciones presentes; la composición florística; la dinámica; y su distribución geográfica.
Valor paisajístico
La conceptualización del valor paisajístico para las propuestas vegetales de asociaciones se fundamenta en la multiplicidad de valores atribuidos al paisaje como un sistema complejo, percibido por la población y resultado de las acciones e interacciones entre lo natural y lo antrópico (Consejo de Europa 2000). En este sentido, el paisaje contiene valores que pueden objetivarse e incluso utilizarse como una herramienta para su estudio y planificación (Nogué et al 2016). Para este marco conceptual, se han categorizado cinco aspectos principales definidos como criterios para determinar el valor paisajístico de las propuestas vegetales, que se señalan a continuación:
Ambientales: se refieren a aquellas características que posibilitan una propuesta vegetal sustentable en términos ambientales, y que promueven la conservación de la biodiversidad. En este ámbito, la vegetación se entiende como un hábitat, refugio y fuente de alimento, aumentando los procesos ecológicos de jardines y áreas verdes urbanas (Fernández et al, 2021). Además, se considera la importancia del cultivo de especies endémicas y en categoría de conservación. Los atributos definidos para este criterio son: adaptación a diferentes suelos, exposición solar, requerimiento hídrico, atracción de fauna silvestre, origen geográfico (nativa o endémica) y categoría de conservación.
Estéticos: se refieren a aquellas características de tipo sensoriales y morfológicas que le darán la forma, el volumen y la dinámica a la asociación vegetal. Así mismo, se valora la experiencia estética del observador ante los procesos naturales, tales como el ciclo de vida de las hierbas, desde la germinación hasta la dispersión de semillas, en donde se propone la valoración del cambio de color como parte de un proceso, desde el verde del follaje, a los variados colores de la floración y los ocres del receso vegetativo. Otros procesos naturales potenciales de apreciar son la polinización, la degradación de la materia orgánica, la nidificación, entre otros, lo que favorece la observación de la fauna asociada a la flora nativa. Los atributos definidos para este criterio son: color, altura, forma de crecimiento, estructura y otros aspectos sensoriales (textura, aroma, gusto, sonidos); y fenología (crecimiento vegetativo, floración, fructificación y dispersión de semillas).
Culturales: se refieren a las significaciones culturales relacionadas con la vegetación, tanto en sus usos (medicinal, artesanal, comestible, etc.) como de los aspectos simbólicos y/o espirituales asociados a tradiciones, creencias populares o cosmovisiones. También tienen que ver con el valor identitario del paisaje.
Educativos: se desprenden de los criterios anteriores y se refieren a la capacidad del paisaje, en general, de mostrar las formas de relación entre los seres humanos y la naturaleza que integran concepciones éticas ligadas a cosmovisiones o paradigmas socio culturales. Así también, son aspectos educativos la importancia de conocer la flora de la zona central para los habitantes urbanos y su rol en la conservación de la biodiversidad, y promover la sensibilidad hacia la naturaleza por medio de la experiencia sensorial y estética, que aborde lo afectivo y cognitivo. El valor educativo de los paisajes, tanto naturales como urbanos, ha sido reconocido por varios autores, tales como Bajo (2001), Benayas (1992), así como la importancia de la educación ambiental para generar una apreciación positiva de los patrones y procesos de la naturaleza (Reyes 2018), y la experiencia estética de los paisajes como intersección entre lo simbólico y lo imaginario de los territorios (Aragón 2015).
Agronómicos: se refieren a aquellas características relacionadas con la factibilidad de cultivo de las especies, disponibilidad de semillas o de especies en viveros, y el manejo del conjunto vegetal. Los atributos definidos para este criterio son: hábito, época de plantación, época de siembra, establecimiento (germinación y supervivencia), velocidad de germinación y capacidad de resiembra.